INTERMEDIO MELODIOSO DE UNA SEPARACIÓN DOLOROSA
Con un tacto súbito se descubren de manera ríspida;
Uno trata de
empujar, el otro de jalar
Y la oscuridad
les hace dar algunos golpes al viento (sólo algunos).
La luz se
enciende a tiempo,
Y sus ojos reflejan
brillos
Mientras un
policía grita, otro corre y uno más atiza;
Por fin, lo toman
por el cuello, lo esposan,
Y lo conducen
hacia afuera con desmesurada prisa.
¿A dónde?
Pregunta él ¡Déjenme! Demanda él ¡Te voy a matar! Brama él.
La sangre está en
su rostro, pero salpicada, no escurrida,
Pues no es su
sangre, nunca lo fue,
Aun cuando su
madre afirmaría y su padre aceptaría que así debía ser.
Su hermano a
medias, con el semblante lastimado y el corazón enfurecido,
Se levanta
observando a la distancia su salida;
Lamenta todo lo
ocurrido
Y se alivia al sentirse lejos de su vida.
Luego se da
cuenta que los golpes casi no dañaron, no dolían,
Y se alivia al sentirse lejos de su vida.
Pues el corazón
irascible habíase temperado después de tantos años, tantos días.
Antes de esto, de
este instante que pareció eterno,
No había traba
para fundir esencias disímiles en lo fraterno,
Que parecía
sincero ante sus ojos aunque en el fondo era falaz,
Que sentían real
unos momentos e insoportable en tantos más,
Y que encubría un
hoyo-infierno tras ese ensayo de compuesto que no resultaría jamás.
Al final sus
elementos básicos parecieron separase,
Y por un tiempo
finito en el espacio volatilizarse
Queriendo no
mirar atrás,
Para entender que
lo suyo no podía mezclarse
¡Y que se
mezclaría sólo con el universo y nada más!
Con su violento
cosmos y adversas cosmogonías,
La hermandad y el
odio del mismo origen emanarían,
Pues el universo
una madre luna y dos padres sol les había concedido,
Uno siempre a la
vista y otro siempre escondido.
El que estaba en
el este al que no era su hijo preferiría,
Pues a pesar de
que no era su imagen sus expectativas rara vez defraudaría;
Atendería sus
estudios y de mitología griega aprendería,
Aunque no fuese
ni espejo roto de su pálida fisonomía;
Mientras que
aquél que su cariño incansable buscó
Casi nunca desde
del este lo vio,
Y en el oeste
inútilmente esperaría su voz.
Y cansado de
aguardar al sol, a ser el segundo del linaje se resignaría,
Pues ser como su
padre lo había planeado nunca podría,
Ya que cada ser
envuelve un distinto silogismo,
Y sus premisas
alinearse deben con la esencia de sí mismo.
Y así lo que amor
parecía,
Poco a poco se
iría precipitando hacia el abismo,
Mientras el
resentimiento y el rencor crecían entre las rejas del cinismo.
Los rumores no se
hicieron esperar
Y en sus oídos
sin preámbulo lograron penetrar.
¿Ya te fijaste
que en nada se parecen? Alguien decía;
Sus caras a
padres distintos pertenecen;
Uno es el que con
ellos engañado habita
Mientras que el
otro sabe de su vástago pero ni la menor insinuación suscita
¡Aunque la vida
se encargará de mostrar su indudable naturaleza!
Pues los dos a
sus padres tanto se asemejan que ni con engaños, embrujos ni bajezas,
Se podría ocultar
lo que a toda vista se refleja.
Antes de este
embrollo y de la resaca de la vida,
Los descendientes
pensaron que en su andar nada negro pasaría,
Que con rumores
el escollo no prosperaría
Y que a pesar de
sus físicos dispares media sangre bastaría.
Pero a medias
nada puede congregarse,
Ni en el altar ni
en el vientre las almas pueden obligarse,
Aunque a veces la
existencia es tan solitaria y tan vacía,
De marchar en un
camino sin llegar a encontrarse,
De querer llenar
el pozo del desafecto con vehemencia,
Los condujo hacia
el azar despreciando toda mutua pertenencia,
Pues algo más les
alcanzó por otro lado:
La noticia de que
el padre más medios consanguíneos en el pueblo había creado,
Con una amante
que ellos detestaron sin clemencia,
Aunque fuese un
símil de su actual desavenencia.
Esta revelación
causó gran enojo y conmoción,
Sin comprender
como reaccionar ante tan inverosímil situación,
Pues ya no sólo
con su propia horda habría que contender,
Sino con otros
clanes y desconocidos luchas sostener.
Sin saber que más
era preciso hacer,
El camino del
exceso decidieron emprender.
Esto quiso
hacerlo cada quien por separado,
Pero en un pueblo
tan pequeño y apilado,
Los paisanos se
tropiezan sin quererlo ni pensarlo,
Y fueron juntos
en su intento de dejarlo en el pasado:
Vino, mujeres,
festines de placeres;
Amigos, bares,
oscuros menesteres,
Secretas
adicciones y perversas compañías,
Desbordadas en
pasiones y alentadas agonías;
Evadiendo
realidades sin llenar el vacío interno,
Que con magnos
hedonismos brindaría un mundo alterno.
Y es cierto que
el camino del exceso guía hacia el palacio de la sabiduría,
Pero quien en ese
camino sigue y no regresa,
Ni su cuerpo ni
su alma sabiduría profesan,
Pues no pueden
separarse ni dejarse solos en la nada
Y si sólo el cuerpo envuelve,
Vuelve al alma
una estatua aniquilada.
Y prosiguiendo
así durante algunos años,
Evitaron pensar
en las consecuencias de sus actos y sus daños,
Hasta que un día
el hado se encontró con ellos,
Y les hizo ver lo
que evitaban hasta en sueños.
Por fin su rabia
salida encontraría,
Pues contra la
madre eso nunca pasaría,
Ya que el cuarto
mandamiento debían respetar
Para evitar que
sus almas al averno fueran a dar.
A ese hombre
gordo y calvo que caminando toparían,
De la doctrina
religiosa casi nada aplicaría,
Ya que a pesar de
parecerse tanto a uno de ellos,
Jamás afrontaría
el efecto de sus lúbricos resuellos.
Entonces cada uno
por su lado,
Con la madre lo
imaginó montando desbocado;
Lo veían
besándole el cuello con una gran lujuria,
Hasta caer
rendido después de tal injuria.
El que sin duda
su rostro había heredado,
Imaginó con qué
arte aquél la habría empalmado,
Para lograr que
su cara se dibujara de forma tan precisa,
Como si la
hubiera hecho aquel que pintó la Mona Lisa.
Entendió luego
que aunque su padre lo amara demasiado,
El sello del
rostro marcaría para siempre su pasado,
Y su futuro,
Añadiendo el peso
de un presente que siempre lucía oscuro.
El hermano que no
compartía totalmente su genética,
Deseó lapidar al
calvo cual David de forma frenética,
Pues le atribuyó
toda la desgracia familiar,
De alcohólicos,
drogadictos y perdidos en la inmensidad del mar.
Porque aunque
ellos dos eran las figuras principales de la obra,
Otros hermanos
completos y hermanos a medio dar,
También debían
pagar por la zozobra.
Al alejarse de
aquel hombre enredados en un incómodo acertijo,
Ni una sola
palabra salió de sus bocas, pues la mirada todo lo dijo;
No hubo sonido
que se paseara por sus belfos ya que el rencor
Les dejó
atontados y perplejos.
Antes habían
visto deambular
lo que sus mentes
por un tiempo decidieron ignorar,
Aunque es de
sabios reconocer
Que las emociones
sobre la razón han de prevalecer
¡Cuando los
asuntos de la sangre con el habla no se pueden resolver!
Y llegaron a la
casa, y se encerraron en su cuarto,
Cada quien en su
litera,
Para masturbarse
el pensamiento con quien fuera,
Con quien fuera a
decirles cómo acabar con esa aborrecible escena.
Ya no sabían a
quién odiaban más,
Si al padre de la
casa, o al padre de la calle,
O a la gente que
hablaba, o la madre de los otros,
O a su propia
madre; casi se volvieron locos.
Una vez más no
supieron qué hacer,
Y salieron en
busca de las arcas del placer.
No obstante, en
esta ocasión
La evasión sólo
sirvió por un instante,
Puesto que
sintieron que todos los veían,
Que todos lo
sabían,
Y les importó más
lo que la sociedad pensara,
Que lo que sus
propias inquietudes les dictaran.
El mundo es así,
el mundo humano,
Acusatorio, vano,
Censorio,
hedonista,
Nictémero,
efímero,
Tan efímero como
la vida,
Que se escapa sin
medida,
Y lo evade a uno
mismo
En pleno
automatismo.
Y un día aburrido
de trabajo,
Fue que a sus
entrañas la muerte les atrajo;
La monotonía de
su rutina día-a-día
Les hizo planear
el final de una fatal y fétida agonía.
Llegó el viernes
por la noche y,
En lugar del
típico trasnoche,
Montaron el auto
para dirigirse a buscar el objeto de su máximo derroche.
El alcohol debía
hacerles compañía,
Así que pasaron
por una, dos o tres botellas
Para afianzar su
valentía;
Pasaron unas
horas mientras el poblado recorrían,
En las que
hablaron, rieron y lloraron
Para luego dar
rienda suelta a lo planeado.
El hombre gordo y
calvo vivía con otras y con otros,
Pues como a
muchos de los machos de nosotros,
Le hacía sentir
vivo el tener una, dos y tres familias,
Que alimentaban
sin cesar sus alocadas parafilias.
Por ello debían
ser cuidadosos,
Pues si bien les
daba igual hacer caer a quienes con él vivían,
No querían
meterse en problemas aún más enredosos,
Ni llegar a ser
víctimas de sus propias fechorías.
Aunque quien mete
la mano a las llamas sin sentir que se quema
Sin duda puede
quemarse
Y en grises
cenizas quedarse.
Y sin reflexionar
en futuras consecuencias,
Esperaron al otro
lado de su casa con paciencia,
Pues sabían que
muy temprano aquél saldría,
Para encontrarse
al fin con su ineludible compañía.
Por fin llegó el
alba
Y medio dormidos,
medio borrachos, poco a poco
Se despertaron
con calma;
Dudaron un poco,
Pero uno
convenció al otro,
Y se convenció a
sí mismo para seguir con los planes de venganza,
Para lograr que
por fin a su favor se inclinara la balanza,
Y que el largo
esperar de los años,
Se transformara
en el placer de borrar lo que había sido causa de sus daños
(Al menos eso
pensaban).
Persuadidos por
el odio de sus almas, se quedaron ahí sentados,
Pero el viejo
gordo, dormido parecía haberse quedado.
Cuando a punto
estaban ya de emprender la marcha del fracaso,
Por enfrente de
la calle escucharon un portazo;
Era un gordo con
un gran sombrero,
Y un overol que
le cubría el cuerpo cual íntegro plomero.
Entonces, la
mitad que a él se parecía y que el auto conducía,
Prendió marcha
para aventarse contra toda su minada hombría,
Como si el padre
fuera de hojalata y la banqueta una gran trancha,
Para aplastarle
la cabeza y dejar una gran mancha.
Pero quien de su
sangre no tenía una célula,
Gritó y el
volante viró con fuerza,
Para evitar que
le matara con saña y con violencia;
Las llantas
rechinaron y al gordo calvo aconsejaron,
Que corriera de
nuevo hasta la entrada de su hogar un tanto mancillado,
Para así rehuir
por un instante, del edicto no ordinario
Sentenciado por
estrictos victimarios.
Con el humor
colérico en plena alarma,
Ares paró el auto
para sacar de su entrepierna una cauta arma;
Golpeó a Perseo
con el mango del revólver, y lo dejó tirado en medio del desorden.
Y quien se quedó
varado a media calle,
Trató de
arrastrarse fuera del encalle,
Pero su cuerpo
acallado con un golpe inesperado
Yacía atrapado en
un onírico y doloroso estado.
Por un momento se
entregó a Hipnos,
Mientras su
hermano estaba con Tánatos,
Como dos gemelos
en dispares ritmos,
Que se adentran
en sus propios páramos.
Fue cuando llegó
a la otra orilla,
La que sólo se
encuentra cuando el uno llega al otro,
Donde se encara
lo que a veces se esconde y pocas veces brilla,
Y que en el
espejo emerge de cada uno de nosotros.
Mientras esto
ocurría, Ares bajó del vehículo encendido,
Y al rojo vivo
Llegó hasta la
puerta de la casa;
Un balazo bastó
para abrirla y emprender la caza.
De manera súbita
apareció una pequeña sombra
Y tras disparar
el cuerpo del infante cayó sobre la alfombra.
Ya no le
importaba, no veía,
El coraje la
razón le ensombrecía;
Encontró gente y
sin mirar la acribillaba,
Como si todos
ellos su vida lastimaran.
Cuando esto
sucedía en camino andaba ya la lenta policía,
Pues un vecino
voyerista los llamó para tratar apaciguar la cruenta cacería.
Perseo de su
corto sueño despertó,
Y corriendo hasta
la escena del crimen arribó;
Ya no había
vivos, ni balas,
Sólo muertos
desplegando sus entrañas;
A su medio
consanguíneo la pistola logró arrebatar
Y este con un
cuchillo de cocina lo trató de amedrentar.
Forcejearon hacia
un lado,
Luego hacia el
otro,
Hasta que con la
fuerza de su lado,
Perseo sometió a
Ares dejando al descubierto su talante ignoto.
Ya con el
cuchillo en diferentes manos,
Los allegados
fijamente se observaron;
Pasaron segundos
eternos hasta que Perseo se quedó pasmado,
Al darse cuenta
que el arma blanca contra el cuello de su hermano había empuñado.
En ese instante
no supo qué hacer,
Pero sintió su
alma más distante de ese ser,
Tan lejos como
aquella de su total progenitor,
Que le había
llenado los adentros de estertor;
Pero justo
después quiso despertar a otras vidas,
Olvidar de amor
paterno fantasías
Y crear la
ficción de su existencia,
Consiguiendo
justamente deshacerse de su ausencia.
Así, la proeza
mortal del hijo de Zeus trató de repetir,
Y con su propio
reflejo a Ares quiso destruir;
Aunque antes de
poder materializar su deseo,
Llegó un policía
para romper con el jadeo,
Quitándole el
espejo
Y dejándole el
reflejo
Sólo en sus
pupilas,
Que hicieron
coincidir para desterrar las noches intranquilas.
Y así, la familia
tuvo que seguir por su sendero empedrado;
El padre
inventado
Lamentó que su
predilecto
Fallara en aquel
rudo trayecto y,
Queriendo dejarlo
olvidado,
Se aproximó más
al otro para calmar sus anhelos frustrados.
Al principio,
Perseo se sintió halagado,
Pero conforme
pasaron los días,
Reconoció que no
era a él a quien realmente quería.
Entonces, una
noche con su propia raza
Perseo también se
dedicó a la caza,
Y con la rabia de
una jauría,
Y una criminal
maestría,
Imitó los actos
del apasionado Ares,
Comentarios
Publicar un comentario