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Mostrando entradas de mayo, 2015

El abrazo

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 Qué rico es despertarse así, con la lluvia golpeando la madera de la cubierta y un cuerpo ajeno procurando la tibieza del mío, espalda contra espalda y nalga contra nalga. Así nadie quiere despertar, ni siquiera yo, y creía que tampoco él pero súbitamente trata de librarse de mí, seguramente porque los otros ya se fueron; por eso me volteo y lo abrazo, evito que se mueva, y lo estrujo así, para permanecer los dos juntitos. Pasa un rato y me doy cuenta que se empieza a enfriar, ya hasta lo están enterrando, ¡tan bien que estaba! Ahora tengo que salirme de esta caja de muerto y buscar a otro que me caliente los huesos.

La adaptación cinematográfica en 'A Clockwork Orange' (La naranja mecánica)

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De acuerdo con Kamilla Elliot, Anthony Burgess dijo una vez que “Cada novela exitosa tiene que ser convertida en una película, bajo el supuesto de que el libro en sí despierta el apetito para la verdadera realización - la sombra verbal convertida en luz, la palabra hecha carne” 1 . Sin embargo, después de ver la adaptación cinematográfica que hiciera Stanley Kubrick de su novela A Clockwork Orange (Naranja mecánica, en español) , Burgess no quedó satisfecho, argumentando que la película tenía un final prematuro puesto que omite el último capítulo, el 21,   aquel en el que el joven Alex piensa en dejar los juegos violentos para buscar la madurez, con lo que afirmó que “La Naranja estadounidense o kubrickiana es una fábula; la británica o mundial es una novela” 2 .                 De cualquier manera, la razón por la que en la edición Norteamericana de la novela se dejara fuera el último capítulo dependió en gran medida del mismo autor, ya que como él comenta su publicista e

La Separación de los Siameses (crónica)

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Hacía un calor intenso, incómodo, que escurría mis ganas de estudiar entre el cabello húmedo y la playera del uniforme; parecía que Morfeo me guiaba por ese camino suyo, desviándome de aquel monólogo que la maestra de Historia daba sin ofrecer tregua. No era el único, pues al voltear hacia las filas traseras notaba un compañero que pretendía escuchar dormitando a ratos, otro que dibujaba siluetas en su cuaderno sin prestar atención, y uno más que miraba una revista sobrepuesta sobre el cuaderno y que despertaba la curiosidad adolescente de los que estaban a su alrededor. Al frente la situación no era muy distinta, aunque sí menos evidente; algunas compañeras escribían (aunque no supe si se trataba de una carta de amor, de sus sueños, de algún chisme escolar o incluso de la clase), otras fijaban la mirada al frente como queriendo incrustar sus pestañas en el pizarrón, y una más, quien era de las más hábiles e inteligentes del grupo, ostentaba un audífono en su oreja izquierda, p